Faculdade nacional de Direito

Faculdade nacional de Direito
PPGD - UFRJ

quarta-feira, 24 de agosto de 2011

Por José Nun - Professor Ribas

Nas últimas duas terças 16 e 23 de agosto de 2011 procedemos a leitura dos textos de Boaventura Sousa Santos e respectivamente Bauman. São textos que significam a antesala da teoria do conhecimento. Estamos realizando concretamente uma visão critica a teoria da epistemologia. A critica procede para os dois autores pela perspectiva de pos modernidade. No primeiro texto boaventura reconhece a pos modernidade. Negocia com esse dado Noutro do abissal rejeita propondo um proceco de ecosaberes. Propõe o reconhecimento do senso. Bauman é a perplexidade. Todoso os dois não apontam claramem quem procederá a transformação Boaventura indica os intelectuais. Bauman propõe a modernidade liguqida. A critica ao individualismo exacerbado. Fala de Giddens e de Beck. Leitor de Elias. Fala da crise do espaço público. A invasão do privado no públcio. Habermas? Fala da modernidade de Horkheimer. A metodologia para ser aplicada na dissertação tem de partir do reconhecimento dessa multiplicidade de criticas a teoria do conhecimento. Leiam o texto abaixo sobre o intelectual de Jose Nun Na proxima sessão é Bergman. Ribas

Por José Nun *

1 Vivimos una época de continuos deslizamientos semánticos que oscurecen
la realidad. Así, a un licenciado en Filosofía se lo llama “filósofo”,
aunque nunca haya aportado una sola idea a su disciplina. Algo semejante
ocurre con la siempre resbaladiza noción de “intelectual”. En su momento,
Gramsci dio un gran paso adelante cuando desechó el uso del término para
designar la naturaleza intrínseca de una actividad (como en la borrosa
dicotomía “trabajo manual/trabajo intelectual”) y propuso que se empleara,
en cambio, para aludir a una función determinada. Sólo que tanto la crisis
de los discursos ideológicos totalizadores como la fragmentación de las
clases sociales le han hecho perder anclaje a su propia categoría de
“intelectual orgánico”, convirtiéndola en una abstracción.

2 Esto no significa en absoluto que la “función intelectual” haya
desaparecido. Al revés, esa crisis y esa fragmentación la vuelven cada día
más decisiva. Sólo que con ella apuntamos ahora a una apropiación eficaz
de lo que producen esos que François Dosse llama “los talleres de la razón
práctica”. Hablo, a la vez, de la necesidad y de la importancia de saberes
acotados y rigurosos y de mediadores públicos que sean capaces de
sistematizarlos críticamente y de ponerlos a disposición de audiencias
amplias. La especificidad que asume hoy la función intelectual no excluye
por cierto planteos más abarcativos, pero éstos dependen de la
profundización de esos saberes y de las conexiones que se logren
establecer entre ellos. Lo demás es cháchara de opinólogos poco dispuestos
a cambiar nada y, mucho menos, su lugar.

3 Estamos muy lejos de Zola y del momento en que vio la luz el “Manifiesto
de los intelectuales”, a fines del siglo XIX. Reitero: ahora cuenta
muchísimo más la “función intelectual” que se cumpla que la pretendida
figura de intelectual que se adopte. Por eso diría con apenas algo de
exageración que puede haber obreros o gerentes o funcionarios de tiempo
completo, pero no intelectuales de tiempo completo. No se trata de una
profesión. Agente y función han dejado de ser asimilables, si es que
alguna vez lo fueron. De ahí que crezcan tanto los riesgos de confusión y
de un contrabando de credenciales que no tiene nada de ingenuo. Quiero
decir: quienes asumen funciones intelectuales en ciertas circunstancias no
lo hacen en otras, cuando la lógica de la militancia política, por
ejemplo, los obliga a silenciar sus críticas o a sesgar sus discursos.

4 Entendámonos: son esenciales los papeles que cumplen los docentes o los
investigadores o los militantes políticos. Es legítimo y necesario que se
multiplique el número de quienes estudian a fondo aspectos diversos de la
realidad, que hagan de esto una carrera profesional y que intercambien sus
hallazgos con otros especialistas. Al mismo tiempo, es útil y recomendable
que participen en actividades políticas de la más variada índole tal como
lo hacen los jardineros o las azafatas. Pero desde el punto de vista que
adopto aquí, nada de esto significa todavía que estén cumpliendo una
función intelectual en el sentido descripto. Lo cual –prefiero pecar de
repetitivo antes que ser mal interpretado– no va en absoluto en desmedro
de sus prácticas.

5 Para decirlo en términos muy sencillos, en esta coyuntura la función
intelectual implica adquirir conocimientos específicos en áreas que
habitualmente se consideran reservadas a los expertos para después
metabolizar críticamente esos conocimientos, relacionarlos con otros que
resulten relevantes y ponerlos luego al servicio de quienes se interesen
en comprender la realidad para poder transformarla. Pienso en temas tan
fundamentales como la seguridad o la reforma fiscal o el sistema de salud
o el uso del espacio público o la distribución del ingreso o la
administración de justicia. Y pienso también en mediaciones críticas en
sentido fuerte porque descreo del vínculo directo entre el político y el
especialista. Estamos en un país donde la tentación del poder ha
convertido ideológicamente a muchos expertos en ambiciosos aspirantes a
tecnócratas y a buena parte de la dirigencia política en una nave a la
deriva.