Faculdade nacional de Direito

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PPGD - UFRJ

quarta-feira, 24 de agosto de 2011

Por Emilio De Ipola - Professor Ribas

Por Emilio De Ipola *

Para plantear algunos interrogantes sobre la relación de los intelectuales
y la política, voy a referirme a mi experiencia en el interior del grupo
Esmeralda que asesoró a Raúl Alfonsín, exclusivamente en la confección de
sus discursos, entre 1985 y 1988. No quiero centrarme en la mera
descripción, y menos aún en el elogio de esa experiencia, sino al
contrario, referirme a sus escollos, a los desafíos que planteaba, a la
mala conciencia que a veces nos producía, y también a algunos aspectos
relacionados con la ética. El nacimiento de ese colectivo fue un poco
desmañado: se fue constituyendo como una suma heterogénea de intelectuales
y periodistas y durante un tiempo fue dirigido por un psiquiatra. En sus
inicios, funcionó como una suerte de centro caótico de discusión, cuyo
tema único era el grupo mismo: sus tareas, sus fines. No sabíamos para
dónde íbamos, ni qué hacer para orientar el grupo.

Pero un día surgió la idea de visitar a Alfonsín. Allí las cosas empezaron
a encarrilarse. Le propusimos que pronunciara un discurso sustantivo,
teóricamente fundado, que culminara con una propuesta política fuerte y,
por supuesto, progresista. Aceptó con entusiasmo. En virtud de ese
discurso el grupo se fue organizando, dividiendo sus tareas: había un
departamento de encuestas, otro de medios, un tercero de periodistas y un
cuarto sin nombre: los “teóricos”.

Finalmente, el 1º de diciembre de 1985, a las 9, cerrando el plenario del
congreso de la UCR, Alfonsín leyó el discurso. Fue ése el momento más
positivo, más eufórico que vivió el grupo.

Cabe aquí una digresión. Alfonsín era un buen tipo, pero, además, quería
ser un buen tipo, y se amaba a sí mismo en su condición de buen tipo.
Cuidaba esa imagen, razón por la cual a menudo buscaba resolver todo por
las buenas. Esa tendencia lo llevó a cometer importantes errores. Eso nos
molestaba; no era necesario fomentar siempre esa imagen de bonhomía. Por
otra parte –pensábamos–, sus intervenciones más acertadas tuvieron un
claro sesgo colérico (en la Rural, en el púlpito, en un acto en que
respondió a Ubaldini, allí presente).

Con los procesos a los militares –luego del Juicio a las Juntas–
comenzaron los problemas. Las medidas tomadas por el gobierno (las leyes
de Punto Final y de Obediencia Debida) nos afectaron profundamente: nos
sentíamos muy incómodos con nosotros mismos. Pues lo que daba a nuestra
experiencia su particular complejidad era la necesidad de saber tomar
distancia respecto del lugar que ocupábamos y las posiciones que
asumíamos: la necesidad y sobre todo la dificultad de captar la mirada de
nuestros testigos y jueces, encarnados en las posiciones, a menudo
críticas, de nuestros pares. No ocultaré que el compromiso adquirido,
junto a la cercanía con la figura del presidente, afectaba, más allá de
nuestra voluntad y nuestra conciencia, la opiniones que vertíamos. Aquel
que está cerca del poder adquiere una sensibilidad particular para
comprender las dificultades que lo aquejan, así como para juzgar
infundadas las críticas que recibe. Pero, con todo, mirando hacia atrás,
hacia esos tiempos tormentosos, creo que no estábamos equivocados. Por
eso, hoy sigo pensando que hicimos bien en incorporarnos al grupo
Esmeralda y en cooperar en la elaboración de ese discurso tan lleno de
deficiencias pero también de aciertos como fue el de Parque Norte. Ni
decisiva, ni desdeñable, nuestra colaboración en ese y otros mensajes
posteriores, formó parte, junto con la contribución de otras personas, de
un intento valioso de otorgarle sentidos a la construcción de la
democracia en la Argentina.

Siempre lo hicimos en un marco de tolerancia –celosamente protegido por
Raúl Alfonsín–, manteniendo nuestros puntos de vista bajo el
reconocimiento de que, sin integrar las filas de la UCR, intentábamos
aportar una inquietud de izquierda democrática. En suma, Esmeralda y
Parque Norte valieron la pena. De ningún modo renegamos de lo hecho: si se
presentaran circunstancias análogas, volveríamos a hacerlo.

Investigador superior del Conicet, Instituto Gino

Por José Nun - Professor Ribas

Nas últimas duas terças 16 e 23 de agosto de 2011 procedemos a leitura dos textos de Boaventura Sousa Santos e respectivamente Bauman. São textos que significam a antesala da teoria do conhecimento. Estamos realizando concretamente uma visão critica a teoria da epistemologia. A critica procede para os dois autores pela perspectiva de pos modernidade. No primeiro texto boaventura reconhece a pos modernidade. Negocia com esse dado Noutro do abissal rejeita propondo um proceco de ecosaberes. Propõe o reconhecimento do senso. Bauman é a perplexidade. Todoso os dois não apontam claramem quem procederá a transformação Boaventura indica os intelectuais. Bauman propõe a modernidade liguqida. A critica ao individualismo exacerbado. Fala de Giddens e de Beck. Leitor de Elias. Fala da crise do espaço público. A invasão do privado no públcio. Habermas? Fala da modernidade de Horkheimer. A metodologia para ser aplicada na dissertação tem de partir do reconhecimento dessa multiplicidade de criticas a teoria do conhecimento. Leiam o texto abaixo sobre o intelectual de Jose Nun Na proxima sessão é Bergman. Ribas

Por José Nun *

1 Vivimos una época de continuos deslizamientos semánticos que oscurecen
la realidad. Así, a un licenciado en Filosofía se lo llama “filósofo”,
aunque nunca haya aportado una sola idea a su disciplina. Algo semejante
ocurre con la siempre resbaladiza noción de “intelectual”. En su momento,
Gramsci dio un gran paso adelante cuando desechó el uso del término para
designar la naturaleza intrínseca de una actividad (como en la borrosa
dicotomía “trabajo manual/trabajo intelectual”) y propuso que se empleara,
en cambio, para aludir a una función determinada. Sólo que tanto la crisis
de los discursos ideológicos totalizadores como la fragmentación de las
clases sociales le han hecho perder anclaje a su propia categoría de
“intelectual orgánico”, convirtiéndola en una abstracción.

2 Esto no significa en absoluto que la “función intelectual” haya
desaparecido. Al revés, esa crisis y esa fragmentación la vuelven cada día
más decisiva. Sólo que con ella apuntamos ahora a una apropiación eficaz
de lo que producen esos que François Dosse llama “los talleres de la razón
práctica”. Hablo, a la vez, de la necesidad y de la importancia de saberes
acotados y rigurosos y de mediadores públicos que sean capaces de
sistematizarlos críticamente y de ponerlos a disposición de audiencias
amplias. La especificidad que asume hoy la función intelectual no excluye
por cierto planteos más abarcativos, pero éstos dependen de la
profundización de esos saberes y de las conexiones que se logren
establecer entre ellos. Lo demás es cháchara de opinólogos poco dispuestos
a cambiar nada y, mucho menos, su lugar.

3 Estamos muy lejos de Zola y del momento en que vio la luz el “Manifiesto
de los intelectuales”, a fines del siglo XIX. Reitero: ahora cuenta
muchísimo más la “función intelectual” que se cumpla que la pretendida
figura de intelectual que se adopte. Por eso diría con apenas algo de
exageración que puede haber obreros o gerentes o funcionarios de tiempo
completo, pero no intelectuales de tiempo completo. No se trata de una
profesión. Agente y función han dejado de ser asimilables, si es que
alguna vez lo fueron. De ahí que crezcan tanto los riesgos de confusión y
de un contrabando de credenciales que no tiene nada de ingenuo. Quiero
decir: quienes asumen funciones intelectuales en ciertas circunstancias no
lo hacen en otras, cuando la lógica de la militancia política, por
ejemplo, los obliga a silenciar sus críticas o a sesgar sus discursos.

4 Entendámonos: son esenciales los papeles que cumplen los docentes o los
investigadores o los militantes políticos. Es legítimo y necesario que se
multiplique el número de quienes estudian a fondo aspectos diversos de la
realidad, que hagan de esto una carrera profesional y que intercambien sus
hallazgos con otros especialistas. Al mismo tiempo, es útil y recomendable
que participen en actividades políticas de la más variada índole tal como
lo hacen los jardineros o las azafatas. Pero desde el punto de vista que
adopto aquí, nada de esto significa todavía que estén cumpliendo una
función intelectual en el sentido descripto. Lo cual –prefiero pecar de
repetitivo antes que ser mal interpretado– no va en absoluto en desmedro
de sus prácticas.

5 Para decirlo en términos muy sencillos, en esta coyuntura la función
intelectual implica adquirir conocimientos específicos en áreas que
habitualmente se consideran reservadas a los expertos para después
metabolizar críticamente esos conocimientos, relacionarlos con otros que
resulten relevantes y ponerlos luego al servicio de quienes se interesen
en comprender la realidad para poder transformarla. Pienso en temas tan
fundamentales como la seguridad o la reforma fiscal o el sistema de salud
o el uso del espacio público o la distribución del ingreso o la
administración de justicia. Y pienso también en mediaciones críticas en
sentido fuerte porque descreo del vínculo directo entre el político y el
especialista. Estamos en un país donde la tentación del poder ha
convertido ideológicamente a muchos expertos en ambiciosos aspirantes a
tecnócratas y a buena parte de la dirigencia política en una nave a la
deriva.

segunda-feira, 22 de agosto de 2011

III Fórum de Grupos de Pesquisa




Link para mais informações:
http://pesquisaconstitucional.wordpress.com/2011/08/12/iii-forum-de-grupos-de-pesquisa-em-direito-constitucional-e-teoria-do-direito-inscricoes-abertas